Publicado en Personal

Resaca

Me pregunto si cada vez que pasemos tiempo con su familia volveré a casa sintiéndome así. Espero que no porque lo cierto es que me resulta agotador. Y prometo que esta vez he ido con una sonrisa de oreja a oreja… Pero da igual. 

Mientras él se siente en casa, yo me siento como si estuviera en la sala de espera de un hospital. Me encantaría recibir de él algo que alivie mi mala sensación, una caricia, una palabra que me llegue dentro y acabe con mi ansiedad… Pero se empeña en decirme que no puede hacer nada ni decir nada que me sirva. Y entonces vuelven las preguntas… ¿Esto será siempre así? Si él no puede ayudarme, ¿quién lo hará entonces? Pues yo misma. Estoy sola. Sola una vez más a pesar de estar con él. 

Me lo he tomado como un trabajo más en mi día a día. Tengo que mejorar. Tengo que estar bien… Hago ejercicios de psicología, leo libros, reflexiono de camino al trabajo, intento ser mejor. Me estoy esforzando. Por mí, sobre todo por mí. Pero también por él. 

Sé que mi novio es un hombre maravilloso pero no es perfecto. Nadie es perfecto. Cuando estás enamorado o en un momento bueno de la relación, las imperfecciones de tu pareja te resultan adorables. A mí últimamente sus imperfecciones me hacen daño. Bueno, no. En realidad, soy yo misma haciéndome daño dándole vueltas y vueltas a una situación que desde el primer momento estuvo en su mano y que ahora debo resolver yo. Y pensando y pensando, acabo haciendo en mi cabeza un efecto dominó que me lleva a plantearme mi futuro. Nuestro futuro. Cosa peligrosa cuando, mientras te ahogas, tu pareja te repite: no puedo, no sé hacerlo, no esperes nada de mí…